miércoles, 12 de junio de 2019

HAMBRE EMOCIONAL



Podemos comer por necesidad física, pero también por necesidad emocional. Y ello lo saben muy bien algunas personas con ansiedad o estrés, que palian con comida su malestar.
Qué duda cabe de que la mayoría de las personas comen cuando sienten hambre. Es una necesidad física que ayuda a dotar a nuestro cuerpo de los nutrientes que necesita para que funcione correctamente. De hecho, si no comemos, ponemos nuestra vida en serio peligro.
Pero al margen de esta hambre física, biológica, existe un hambre emocional que, en determinados casos, se confunde con la primera y que también puede tener consecuencias para nuestra salud.
 Se llama hambre emocional porque la necesidad de comer no procede de nuestro cuerpo, sino de nuestra mente. Es decir, estamos en una situación especial, con ansiedad, nervios o estrés, y nuestra mente ansía algo con lo que calmar esa sensación negativa. Nuestro cerebro nos avisa de que tenemos hambre, pero, en realidad, físicamente no necesitamos ingerir alimentos. Es una sensación similar a la que sentimos cuando nos ponemos a dieta, que tenemos hambre todo el día porque el régimen impuesto por el médico nos limita determinados alimentos. Y, además, solo se nos antoja aquello que no podemos comer.
Hambre... pero solo de grasa y azúcar
Con el hambre emocional sucede algo similar. Quizá el caso más claro sea la sensación que tenemos los días antes de una prueba o examen. Hay personas que no tienen hambre, porque tienen los nervios en el estómago y hasta que no pasa el ejercicio comen muy poco. Pero hay otras a las que los propios nervios les genera aún más hambre. Quién no recuerda la época en el instituto o la universidad, cuando nos pasamos horas sentados estudiando y nos levantamos tropecientas veces para picotear galletas, frutos secos, chocolate, un sándwich… Porque cuando sufrimos hambre emocional la glándula pituitaria hace que solo queramos comer alimentos ricos en azúcar o en grasa; nada de fruta o verduras.
El hambre emocional es eso: una necesidad que no es real y que hay que controlar, pues, junto con las emociones que sentimos en ese momento (nervios, estrés, tensión ansiedad), se genera una pérdida de autocontrol que puede hacer que el problema sea mayor.
Los especialistas apuntan a que el hambre emocional puede estar provocada por una mala conciencia interoceptiva, esto es, que no interpretamos bien las emociones que percibimos, aunque también puede deberse a problemas a la hora de regular o controlar dichas emociones. Y es aquí donde una mala asociación de la comida con la calma del malestar emocional puede complicar el problema, por cuanto nos valemos de los alimentos para conseguir sentirnos mejor cuando realmente no tenemos hambre. Se trata, por tanto, de una respuesta a un problema emocional que debe tratarse de manera profesional, ya que, lejos de lo que creemos, después de comer no notamos mejoría, sino que sentimos arrepentimiento y culpa, lo que ocasiona más malestar. Y recurrimos de nuevo a la comida y así sucesivamente. Nunca nos sentimos calmados porque emocionalmente no podemos calmar la sensación negativa que estamos experimentando. Por tanto, solo un tratamiento adecuado por parte de un psicólogo colegiado nos ayudará a controlar el hambre emocional y a regular las emociones negativas asociadas a ella.
De este modo, la terapia del especialista en salud mental comprenderá el abordaje de los problemas emocionales que han provocado el hambre emocional y nos enseñará a controlar aquellos sentimientos negativos para que reforcemos nuestro autocontrol y no recurramos a la comida como paliativo emocional.

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