jueves, 13 de mayo de 2021

5 JUEGOS PARA TRABAJAR LA DISLEXIA EN CASA

 5 JUEGOS PARA TRABAJAR LA DISLEXIA EN CASA

Los juegos para trabajar la dislexia deben tener como objetivo principal mejorar la conciencia fonológica. Esta capacidad para reconocer los sonidos asociados a grafemas y utilizarlos de manera adecuada suele estar especialmente dañada en niños con dislexia. A continuación, te mostramos cinco juegos para trabajar la dislexia en familia.
1. Un clásico: el ahorcado
El ahorcado es un clásico y, también, uno de los juegos para trabajar la dislexia más efectivos. Que su simpleza no te engañe: el hecho de pensar mentalmente una palabra sin escribirla es uno de los mejores entrenamientos para la conciencia fonológica.
Para su aplicación, recuerda empezar con palabras muy sencillas, como las monosílabas, e ir aumentando la complejidad. También, es importante no corregir aquellas faltas de ortografía que no se hayan trabajado hasta ese momento.
Por otro lado, en ocasiones puede aparecer la frustración; en este sentido, podemos animarles y pedirles que comprueben si sus opciones encajan en los huecos de la palabra deseada.
2. En cualquier lugar: palabras encadenadas
Jugar a palabras encadenadas consiste en segmentar palabras por sílabas y comenzar una nueva por la última de ellas. Se juega por turnos, hasta que uno de los jugadores se queda sin respuesta.
Podéis ayudaros de palmadas para cada golpe silábico o simplificarlo inicialmente y empezar las palabras por la última letra únicamente.
Este juego para trabajar la dislexia se trabajan dos aspectos importantes a la hora de fomentar la conciencia fonológica.
En primer lugar, la segmentación de palabras por sílabas está íntimamente relacionada con la adquisición de la lectura y la conciencia silábica.
En segundo lugar, se entrena la fluidez verbal que es uno de los aspectos que suelen estar más deteriorados en un perfil de dislexia. Además, no necesitáis de ningún material y se puede jugar en cualquier lugar.
3. Futuros poetas: juego de rimas
En este juego para trabajar la dislexia, que consiste en hacer rimas, tiene la ventaja de que podemos ir incrementando la dificultad. Se puede empezar por construir palabras que tengan rima asonante, elevar el nivel con la rima consonante y, una vez dominado el tema, crear divertidos poemas.
Jugar a hacer rimas tiene la dificultad de que, en un principio, puede ser difícil de entender en casos de dificultades del lenguaje. Por esta razón, es conveniente que previamente se pongan ejemplos de palabras que pueden rimar o no, y que el niño contesta en función de ello hasta que logre esta habilidad previa.
4. Dislexia y memoria: una partida de “memory”
El “memory” es otro de los juegos clásicos que, aunque principalmente es conocido por su entrenamiento de la memoria, también puede servir simultáneamente para trabajar la conciencia fonológica. Pero, ojo, no valen todos las versiones. Requerimos de un “memory” que tenga escritas las palabras y, en la tarjeta de pareja, un dibujo de la misma.
Cuando el niño utiliza este juego para trabajar la dislexia, visualiza y asocia la palabra y su representación, reforzando la conocida como vía léxica de la lectura. Esta vía es la que nos permite leer con fluidez. Así, cuando somos lectores más expertos ya no necesitamos leer la palabra “casa” sonido por sonido, sino que gozamos de una representación de la misma que nos dota de rapidez.
5. El juego de la oca… de letras
El tradicional juego de la oca puede convertirse en una gran herramienta para trabajar la conciencia fonológica. Se trata de una oca de letras que puedes encontrar de forma muy sencilla en internet. Siguiendo las reglas clásicas, se avanza de casilla en casilla con un dado pero, además, hay que leer la palabra correctamente si quieres avanzar.
Este juego para trabajar la dislexia tiene una amplia gama de tableros según los contenidos que se estén trabajando. Por ejemplo, si el niño está aprendiendo una determinada letra, en esa oca aparecerán palabras en la que ésta aparezca en diferentes posiciones silábicas.
Juegos para trabajar la dislexia y, sobre todo, el autoestima
La dislexia es un trastorno del aprendizaje del lenguaje escrito que requiere de una intervención temprana. Al estar asociado con diferentes patologías emocionales, las intervenciones suelen incluir aspectos relacionados con la prevención de las mismas y la autoestima.
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Superar el suicidio de un ser querido

 Superar el suicidio de un ser querido

 

El suicidio de un ser querido es una experiencia muy desafiante desde el punto de vista emocional. Los sentimientos que producen son muchos, de tonos muy distintos, en ocasiones contradictorios, y de mucha intensidad. Ahora bien, ¿cómo afrontarlos?
El suicidio de un ser querido puede ser una experiencia realmente devastadora para quienes sobreviven. En esos casos, al dolor de la pérdida se suman las trágicas condiciones en las que esta se produce, lo súbito del hecho y, muchas veces, la imposibilidad de encontrar una explicación sobre lo sucedido.
Uno de los aspectos más complejos después del suicidio de un ser querido es el manejo de los sentimientos de culpa. Es inevitable que estos aparezcan, ya que el solo hecho de que alguien amado se quite la vida lleva implícito la idea de que era una persona en problemas y que quienes le rodeaban no lograron ayudarle.
Lo cierto es que el duelo por el suicidio de un ser querido suele ser mucho más difícil de sobrellevar que cuando la muerte se produce en otras circunstancias. Por lo mismo, este tipo de situaciones demandan mayor atención y más precaución, ya que las implicaciones que puede llegar a tener son muy amplios.
La muerte suele generar sentimientos de incredulidad y desconcierto, incluso cuando se espera que ocurra. En el caso del suicidio, ambos sentimientos se experimentan de manera superlativa. Además de una fuerte dosis de angustia, junto con confusión, culpa y muchas veces vergüenza o conciencia de pecado en el caso de las personas creyentes.
A esto se añade el hecho de que habitualmente el entorno no ayuda mucho. Si bien se recibe la solidaridad de los otros en el momento de la muerte, de las exequias y demás, lo más común es que después prime un silencio duro en torno a los hechos. La mayoría de las personas no saben cómo abordar este tipo de situaciones y muy frecuentemente optan por eludirlas.
Tampoco es raro que los demás especulen sobre las razones que llevaron al suicidio a esa persona y que miren con cierta aprehensión a quienes la rodeaban. Aunque no digan nada, algunos gestos y actitudes mostrarán esa realidad. Sobre el suicidio tiende a desplegarse un manto de silencio que, en todo caso, nunca es conveniente.
Un duelo diferente
El duelo por el suicidio de un ser querido es más difícil de superar que otros duelos porque en este caso hay que elaborar una situación que va a tener aspectos incomprensibles. En este caso la situación no puede verse como un evento natural, sino al contrario: como un hecho que va en contra de la forma natural de morir.
Quienes sobreviven a la persona que se suicida se preguntan una y mil veces “¿Por qué?”. También se atormentan con autorreproches: “¿Cómo no lo vi venir?” “He debido hacer esto o lo otro”… De una u otra manera sienten que le fallaron a quien murió y se sienten culpables por no haber hecho más. Incluso pueden llegar a “odiar” a la persona fallecida por hacerles sentir así.
Hay demasiados sentimientos presentes y todos son complejos. Eso hace que el duelo sea más difícil y tienda a ser más prolongado. De todos modos, siempre hay caminos para ir elaborando todo ese dolor, asimilarlo e incorporar la experiencia en nuestras vidas.
Si pasas por una situación así, debes saber que eres más vulnerable que en otros momentos y que, por lo mismo, si sigues la inercia o lo que te pide el cuerpo, lo más probable es que termines abandonándote.
No trates de ponerle límites al dolor, ni en tiempo ni en intensidad. Expresa lo que sientes por todos los medios que tengas a mano. A veces creemos que si le damos rienda suelta al sufrimiento, ya nunca volveremos a sentirnos bien. Pero esto no es así, sino al contrario. Cuanto menos hables del tema, menos llores o menos expreses, más difícil será ponerle límite al sufrimiento.
Es probable que vayas a necesitar ayuda. Puedes buscarla en tus allegados, si piensas que ellos te dan el suficiente soporte en una situación como esta. Lo más habitual es que no sea así. Por eso es buena idea pensar en un grupo de apoyo, el cual constituye un espacio donde muchas personas comparten una experiencia similar. Otra opción, muy aconsejable, es solicitar ayuda profesional



LA CULPA

 LA CULPA

La culpa traumática es un tipo de remordimiento que surge tras haber sido víctima de un abuso o de un hecho violento o altamente peligroso. También es muy usual que surja tras vivir hechos muy dolorosos, como la muerte de un ser querido o un divorcio.
La paradoja de la culpa traumática estriba en que quien ha recibido un daño, se siente responsable por el mismo. ¿Por qué una víctima ha de sentirse culpable? ¿No es acaso el agresor quien debe arrepentirse de sus acciones?
Con notable frecuencia ocurre que los agresores no experimentan culpa alguna, al menos de manera consciente. Justifican sus acciones a través de fórmulas como “lo merecía”, “me indujo a ello” y otras por el estilo. La víctima, en cambio, experimenta culpa traumática y esta llega incluso a determinar buena parte de su vida.
El trauma, un fenómeno complejo
El trauma se origina cuando tiene lugar una experiencia que amenaza la integridad física o psicológica de una persona. Incluye, por lo tanto, un peligro real y una situación en la cual la víctima queda en estado de indefensión. Esto ocurre, por ejemplo, durante un asalto, una agresión física, o un accidente, entre otros.
Lo que la persona experimenta ante una situación así es confusión, sensación de caos y horror. También tiene un sentimiento de que todo es absurdo y gran desconcierto. Por lo general, una situación traumática genera recuerdos fragmentados.
La víctima siente que es imposible narrar lo ocurrido de una forma que satisfaga el horror que le causó. Al mismo tiempo, siente que su relato es básicamente incomprensible para los demás. Nadie alcanzaría a comprender la magnitud de lo que sintió y siente al respecto. Por lo tanto, se siente separada del resto del mundo.
El trauma quiebra la confianza en los demás y en uno mismo. El hecho traumático rompe una lógica que se creía sólida y consistente. Los seres humanos tendemos a creer que tenemos control sobre la realidad y un trauma hace que esta convicción se diluya. Por lo tanto, el Yo queda quebrantado.
Todo trauma deja una huella indeleble, tanto en el orden consciente, como en el inconsciente. Tras esa vivencia, las personas tienden a replegarse emocional y afectivamente. “Se esconden” dentro de sí mismos, por así decirlo. Esto conduce al aislamiento, en mayor o menor medida.
También aparece la necesidad de recrear mentalmente lo ocurrido, tratando de encontrarle un sentido. En el marco de esa rumiación toman forma dos sentimientos muy fuertes. El uno es la vergüenza y el otro, la culpa traumática.
Por lo general, esa culpa traumática toma forma a través de pensamientos y conjeturas asociadas a fantasías sobre lo que se habría podido hacer, o no hacer, para evitar o limitar el daño recibido. Sin apenas darse cuenta, la persona afectada comienza a incubar reflexiones del estilo: “He debido defenderme con más ahínco”, o “Esto me pasa por no tener suficiente carácter”.
Uno de los aspectos más problemáticos es que la persona comienza a percibir el mundo de una forma amenazante. No sabe qué puede esperar de la realidad. Así mismo, se siente muy vulnerable, pues ya pasó por algo en lo que su capacidad de control se vio seriamente menguada o anulada. Así, la persona puede tornarse en inhibida o temeraria.
Los caminos de la culpa traumática
Buena parte de todos esos procesos asociados a la culpa traumática tienen lugar de manera inconsciente. Muchas veces los recuerdos fragmentarios de lo sucedido incuban la idea de responsabilidades imaginarias: “He debido prever lo que iba a ocurrir”, o “Habría tenido que informarme bien, antes de pasar por esa calle”, etc.
Sin notarlo, las personas quieren volver razonable la irracional y totalmente reprochable situación de violencia o abuso. También desean recuperar su capacidad de control sobre el mundo. Culparse a sí mismos es una manera (equívoca) de volver a visualizarse como sujetos y no como objetos de otros o del mundo.
Un trauma no tratado puede conllevar efectos de por vida. Se manifiestan como angustia, encapsulamiento y cosificación de uno mismo. La persona termina sintiendo que “debe dejarse llevar”, o temiéndole a las acciones que supongan tomar el control sobre su destino.
El trauma y la culpa traumática deben ser abordados en psicoterapia. Es fundamental vencer el silencio, reinterpretar lo sucedido con un criterio más realista y flexible y dotar de significado al sufrimiento. También por supuesto, abrir paso a la reconciliación con uno mismo. Ante las atrocidades, podemos darnos por bien servidos si, de un modo u otro, logramos sobrevivir.
Puede ser una imagen de texto que dice "ULPA"

EL COLECCIONISTA DE INSULTOS

 El Coleccionista de Insultos:

A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario.

Cierto día un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que el adversario hiciera su primer movimiento, y, gracias a su inteligencia privilegiada para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante.

El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla.

Conociendo la reputación del viejo samurai, estaba allí para derrotarlo y aumentar aún más su fama.

Los estudiantes de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra la idea, pero el anciano aceptó el desafío.

Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a provocar al viejo:

Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros.

Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de sus casillas, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró de la plaza.

 Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:

 ¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?

El viejo samurai repuso:

 -Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?

-Por supuesto, a quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.

 -Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el maestro-. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.

 


Reflexión:

¿Qué pasaría si no cedemos a provocaciones, insultos e intentos de humillación? No podemos cambiar la actitud de los demás, pero podemos elegir no entrar en el juego, y no caer en la provocación. ¿se os ocurre algún ejemplo de vuestro día a día en donde podáis aplicar las enseñanzas del maestro samurai? …

COMO ACTUAS EN LA VIDA

 

COMO ACTUAS EN LA VIDA....

Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y de cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía como hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

 Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir. Sin decir palabra.

 La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente.

 Mirando a su hija le dijo: “Querida, ¿Qué ves?”; “Zanahorias, huevos y café” fue su respuesta. La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias, ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.

 Humildemente la hija preguntó: – “¿Qué significa esto, padre?” Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había puesto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café, sin embargo eran únicos: después de estar en agua hirviendo, habían cambiado el agua. “¿Cuál eres tú, hija?, Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿Cómo respondes?“, le preguntó a su hija.

 ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable, poseías un espíritu fluido, pero después de una pérdida, una crisis, o un problema te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿Eres amargada y áspera, con un espíritu y un corazón endurecido? ¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviendo, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor.

Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas en forma positiva, sin dejarte vencer y haces que las cosas a tu alrededor mejoren, que ante la adversidad exista siempre una luz que ilumina tu camino y el de la gente que te rodea. Esparces con tu fuerza y positivismo el “dulce aroma del café”.

¿Y tú?, ¿Cuál de los tres eres?


 





lunes, 8 de febrero de 2021

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