Está científicamente probado que el corazón y el cerebro están íntimamente unidos, y que esa relación estrecha afecta a cada instante a nuestro bienestar físico y emocional. También sabemos que el corazón tiene su propia memoria y sus propias neuronas para adaptarse a lo que sucede en el exterior.
Cuando se nos “parte el corazón” no es solamente una expresión sino que nuestro corazón puede sufrir los síntomas del estrés y la ansiedad. Y de hecho es una reacción en principio saludable porque acelera o frena nuestro ritmo cardiaco para prepararnos o preservarnos de lo que ocurre. El problema es cuando esas reacciones se siguen produciendo cuando ha pasado un tiempo de la amenaza o el hecho doloroso. Nuestra mente puede haberlo olvidado -o al menos relegado-, pero la memoria del corazón sigue reviviéndolo como si fuera actual. Significa que nuestro cuerpo no ha digerido ese impacto emocional y se ha convertido en un trauma.
Cuando nos enfrentamos a los traumas, no podemos hacerlo sólo desde el pensamiento y el cerebro emocional. Hay que llamar a la memoria del corazón a través de las sensaciones físicas y las vibraciones emocionales. Precisamente porque el recuerdo que se ha quedado bloqueado se estableció por esa vía.
Ciertamente el corazón tiene memoria, pero no ese tipo de memoria que solemos ejercitar. Para acceder a la memoria del corazón tiene que ayudarnos a menudo un especialista. Algunos psicólogos recurrimos a la psicoterapia EMDR que suele resultar eficaz en el tratamiento de los problemas emocionales.
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