Cuando la Dependencia y el Amor van juntos
La dependencia es
positiva y saludable cuando supone una apuesta, una confianza y la
disposición para correr riesgos en la entrega afectiva. Renunciar a esta
es un reflejo de la incapacidad de amar, tan propia de nuestros
tiempos, en los que se valora menos la solidaridad y la vulnerabilidad,
que el éxito y el ser imprescindible para uno mismo.
En ocasiones, a los niños se les
insiste en ser independientes desde edades muy tempranas, en no
necesitar de nadie, en procurarse sus necesidades solos. A algunos,
incluso, se les imponen situaciones tan poco naturales como dormir solos
desde los primeros meses de vida y en algunos espacios se le da poca o
ninguna importancia a la lactancia materna como fuente de vinculación
entre la madre y el niño/a.
Parece que aún no está bastante claro que
para poder crear un vínculo afectivo auténtico, es necesario haber
recibido los cuidados afectivos que correspondían cuando éramos
totalmente dependientes, es decir, en los primeros años de la vida. Con
la evolución del desarrollo infantil, va llegando, a su tiempo, la
necesidad de separarse, de diferenciarse, de ir creando identidad.
Cuando se respetan los ritmos naturales
desde el nacimiento, se están previniendo muchos de los problemas por
los que nos preocupamos en la edad adulta, como es el caso de la
dependencia afectiva, en su lado más oscuro. Porque la independencia,
vista desde la salud, no consiste en la evitación o en la destrucción de
los vínculos afectivos, ni en la omnipotente intención de no necesitar
de nadie. Se refiere a la capacidad de amar sin temor, porque existe la
confianza dentro de la relación de dependencia recíproca.
Visto desde este ángulo, la independencia
entendida como no necesitar de nadie y hacerlo todo solo/a, más que un
acto de valentía y un síntoma de salud, supone una necesidad imperiosa
de mantener el control sobre la autonomía, y ni el amor ni el
crecimiento personal caben en esta escena. Por su parte, la dependencia,
en el lado brillante de su espectro, solo es posible en la medida en
que se asume la responsabilidad de uno mismo/a, a la vez que se permite
la experiencia de “perderse” en el/la otro/a.
Muy diferente es la situación cuando lo
que impera es la necesidad de que alguien se haga cargo de la propia
vida, poniendo en manos de la otra persona la responsabilidad de
gestionarla, mientras se tira por la borda la autoestima. Esto es lo que
se llama comunmente “dependencia afectiva”, de la que se habla tanto
que ya parece no hacer falta decir nada más.
A este tipo de dependencia es a la que me
he referido en publicaciones anteriores, y por lo cual quería completar
la visión con su contraria, la dependencia “saludable”, es decir, la
necesaria para la supervivencia afectiva, porque ¿quien, que haya
logrado algo en su vida puede decir que lo ha hecho todo sin ayuda? En
caso de que fuera cierto, antes de aplaudir su proeza, se podrá sentir
una profunda tristeza por la soledad que le ha supuesto su hazaña.
Entonces, parece ser que la lucha no está
en la defensa contra la dependencia, sino más bien en potenciar la
asertividad en la elección de la pareja, del amigo, del maestro, del
terapeuta, para no tener que pasarse la vida defendiéndose sino, más
bien, poder caminar a su lado con la confianza, a veces ciega, de que
nos perdemos para encontrarnos, y si es en compañía, mejor.
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