"Cuando existe esperanza todos los problemas son relativos" (Serafín Madrid)
miércoles, 24 de octubre de 2018
EL BUSCADOR
Esta es la historia de un hombre al que yo
definiría como un buscador...
Un
buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco
es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando.
Es
simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió
que debía ir hacia la ciudad de Kammir.
Había
aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar
desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha
por los polvorientos caminos, divisó a
lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención
una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y
había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por
completo una especie de pequeña valla de madera lustrada. Una portezuela de
bronce lo invitaba a entrar.
De
pronto sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar
por un momento en aquel lugar.
El
buscador traspasó el portal y empezó a caminar
lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al
azar, entre los árboles.
Dejó que sus
ojos se posaran como mariposa s en cada detalle de aquel paraíso multicolor.
Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción
sobre una de las piedras:
Abjul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días
Se sobrecogió un poco al
darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una
lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en
aquel lugar.
Mirando a su alrededor, el
hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción.
Se acercó a leerla. Decía:
Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas
El
buscador se sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un
cementerio, y cada piedra era una tumba. Una por una, empezó a leer todas las lápidas. Todas tenían
inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero
lo que lo conectó con el espanto fue
comprobar que el que más tiempo había
vivido sobrepasaba apenas los once años...
Embargado
por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El
cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó, lo miró llorar durante un
rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
No, por ningún familiar-dijo
el buscador-. ¿Qué pasa en este pueblo?
¿Qué
cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué
hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible
maldición que pesa sobre esa gente, que les ha obligado a construir un
cementerio para niños?
El anciano sonrió y dijo:
-Puede usted serenarse. No
hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre.
Le contaré...
“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le
regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue
al cuello. Es tradición entre nosotros
que, a partir de ese momento, cada vez
que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
A la izquierda, qué fue lo
disfrutado.
A la derecha, cuánto
tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se
enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media...?
Y
después, la emoción del primer beso, el
placer maravilloso del primer beso... ¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del
beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo y el
nacimiento del primer hijo...?
¿Y la boda de los amigos?
¿Y el viaje más deseado?
¿Y el encuentro con el
hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto tiempo duró el
disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días?
Así, vamos anotando en la
libreta cada momento que disfrutamos. Cada momento.
Cuando alguien se muere,
es nuestra costumbre
abrir su libreta
y sumar el tiempo de lo disfrutado
para escribirlo sobre su tumba.
Porque ese es para nosotros
El único y verdadero TIEMPO VIVIDO.
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